Leiva escribe en el nº2 de la revista Líbero.
La distinguida y original publicación Líbero (a la venta en todos los Kioscos) invitó a Leiva a escribir sobres sus recuerdos futboleros, su pasión hacia ese deporte y su admiración por los profesionales que lo juegan. Como siempre, con su personal redacción, Leiva nos narra sus recuerdos y vivencias como admirador del deporte rey en este país. La revista Líbero nos ha pasado en exclusiva el texto de Leiva y la foto (obra del simpar Jerónimo Álvarez) que acompaña el artículo en el que participa.
“Calculo que sería el invierno de 1990. En aquella época daba igual si había entreno o no, bajaba al campo todas las tardes religiosamente. Apuraba al máximo hasta el tercer grito de “A casa, no te lo digo más”. Ese año los reyes se portaron y me trajeron unas espinilleras Van Basten y un Adidas Etrusco. Fueron los mejores reyes que recuerdo, de largo. Iba muy sobrado con eso. Hacía mis cálculos y sería el rey del parque. Tenía 10 años por aquel entonces y jugaba en un equipito de barrio llamado G- 80. Mi primer equipo, vaya. Aun recuerdo el olor de esa equipación de Coca-cola. Olía a nuevo, a profesional. Llevaba un 10 como un sol planchado en la espalda. Mi santo padre se hizo cargo de sostener esa ilusión, recorriendo la banda de lado a lado cada domingo con una paciencia y una fidelidad poética.
Ese año un tipo llamado Carlos Carmena, decide montar una selección de todos los equipos de la liga, eligiendo a los chavales más jugones de cada equipo para sacarlos a competir fuera del barrio. El puto hollywood, vamos. Para más inri, Carlos tenía algún tipo de relación con el Atlético de Madrid. “Algún tipo de relación con el Atlético de Madrid” en esa época, era lo más parecido a Dios que habíamos visto.
El caso es que formaba parte de esa lista y siendo el más chinorri de todos, llevaba el brazalete de capitán. Podéis imaginar lo que significaba eso para un niño que dormía con la pelota… La figura de ese entrenador nos quedó grabada a fuego a todos los chicos que jugamos en ese equipo. Tanto, que nos cambió el nombre a todos; Gullit, Porlan, Jensen, Rijkaard, Benji, Jefe, Bicho, Rana… A mí me tocó Leivinha, por el crack brasileño que jugó en el Atlético de Madrid a finales de los 70. Con los años me quedé en Leiva. A día de hoy, solo ellos me siguen diciendo Leivinha. De esa quinta, ninguno mantiene su nombre real. Me gusta cruzarme con Gullit y Bicho por el barrio y lanzarnos la mirada cómplice. La de haber sido parte del mítico equipo de mi barrio. El Charantos.
Soy del Atleti desde que tengo uso de razón y no sé por qué. No hay nadie del Atleti en mi familia. Supongo que el que no lo ha mamado en casa, lo elije un día en un recreo por un colega o vete tú a saber. Me gusta eso de elegir algo sin saber el porqué y que sea para siempre. Es irracional y un poco cabezudo, como mi Atleti. Claro coño, por eso soy del Atleti. Siempre soñé con ir al Vicente Calderón y ver a esos superhéroes de cerca. En mi casa no eran de ir al campo y me parecía algo bastante inalcanzable.
Pero pronto llegaría por otro lado. Un día en un entreno, el Mister puso una lata de bebida encima de la escuadra derecha de la portería. El que la tirara tres veces seguidas (con barrera) tenía premio. Iría al Calderón a ver un Atleti-Barça y tendría derecho a elegir un compañero. ¡Wow! Eso era mucho! Se creó el caos. Calculo que tendríamos unos cuarenta mil intentos. A vida o muerte. Lloros, trampas, ¿vale con la mano? En fin, la de Dios. Finalmente fue Víctor Faba, el jugón del equipo quien atinó tres veces seguidas. Me eligió a mí de compañero. Le estaré eternamente agradecido porque aquella tarde descubrí el milagro del fútbol. Entendí lo que era ser de un equipo de un plumazo. La verdad es que esa experiencia me pasó por encima. Tengo clavado en la memoria el aroma del césped al entrar al estadio, el sonido seco del balón, el olor a bocata de madre… Ya en el trayecto al campo aluciné con las banderas, los cánticos a pie de estadio, los polis a caballo, los tenderetes con chucherías… Acojonante. Y todavía no había entrado.
La sensación que te invade la primera vez que entras a un estadio es equiparable a pocas cosas. Calamaro lo explica bien en ‘Estadio Azteca’. Inolvidable el rugido de miles de personas y tus ídolos tocando el balón ahí al lado. Estaban todos, Koeman, Futre, Abel, Solozábal, Laudrup, Tomás, Alfredo, Bakero… ¡Eran de carne y hueso! Creo que esa tarde era la primera vez que Schuster y Futre jugaban juntos. Fue un partidazo. 2-1. El primero lo marcó Schuster. Un pase espectacular de Vizcaíno le deja solo en el área y sienta a Zubi cruzándosela con el exterior. Empató Stoichkov, no recuerdo como. El gol de la victoria me lo regaló mi ídolo de todos los tiempos, Paolo Jorge Dos Santos Futre. Lagartijeando y ladeándose hasta soltar la zurda. Fue un regalazo que marcó un antes y un después en mi afición por este mágico deporte. Posteriormente, ya de más mayor, he tenido la oportunidad de ir a algunos estadios y siempre saco las dos mismas conclusiones: nunca es como la primera vez y ningún estadio late con tanta pasión como el Vicente Calderón.
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La foto es obra de: Jerónimo Álvarez www.jeronimoalvarez.com
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